Fue un día, el más luminoso de todos, el sol del amanecer, ebrio de luz irrumpía enrojeciendo el azul del cielo. Era un despertar. Era un resurgir, cuando, de los dioses acudí al complaciente dios del ocio.
Inexperto oficiante, al dios de la ocupación placentera, sobre el ara de los sacrificios, coloque la ofrenda, de unos años entregados al magisterio.
Provisto del ligero equipaje de los recuerdos, implore a este dios que sin reloj marca el tiempo, fuera largo el recorrido.
Codicioso invoque no guiaran las estrellas este andar. Afirme, prefiero oír los cantos de los pájaros, embriagar la mente con los aromas de las flores y sentir el calorcito de un sol que pone la piel morena y reclama un prolongado trago de lo fresquito, haciendo desear el vivir.
Rogué la quietud de la sonrisa en los labios para los días venideros. Días acompañados de los míos y no hablo del mió posesivo, refiero una convivencia compartida con lo nuestro. Lo nuestro de los compañeros de siempre que las cosas pequeñas las engrandece un hablar, reír y cantar que reconforta el existir.
A este dios con palabras brotadas de la experiencia, temblorosa la voz le implore, que sus dones no detuvieran el aprender. Niño que fui, curioso niños quisiera seguir siendo. Niño que se sorprende de lo insignificante.
Como el dolor oprime el corazón. La tristeza detiene el caminar y la desesperanza asfixia la curiosidad y mata las ilusiones. Ansioso de gozar de lo cotidiano, las demandas a este dios del regocijo, manaron envueltas en plegarias de una de salud que ahuyentara la congoja.
No pido más, coqueto dios del ocio. A ti, dueño del tiempo, regala un jubileo sin tiempo perdido Juntos, no mataremos el tiempo. Ilusionados sentiremos la inconciencia de un niño. Aprendices de juegos, soñaremos que siempre habrá un mañana para conocer lo desconocido.
Inexperto oficiante, al dios de la ocupación placentera, sobre el ara de los sacrificios, coloque la ofrenda, de unos años entregados al magisterio.
Provisto del ligero equipaje de los recuerdos, implore a este dios que sin reloj marca el tiempo, fuera largo el recorrido.
Codicioso invoque no guiaran las estrellas este andar. Afirme, prefiero oír los cantos de los pájaros, embriagar la mente con los aromas de las flores y sentir el calorcito de un sol que pone la piel morena y reclama un prolongado trago de lo fresquito, haciendo desear el vivir.
Rogué la quietud de la sonrisa en los labios para los días venideros. Días acompañados de los míos y no hablo del mió posesivo, refiero una convivencia compartida con lo nuestro. Lo nuestro de los compañeros de siempre que las cosas pequeñas las engrandece un hablar, reír y cantar que reconforta el existir.
A este dios con palabras brotadas de la experiencia, temblorosa la voz le implore, que sus dones no detuvieran el aprender. Niño que fui, curioso niños quisiera seguir siendo. Niño que se sorprende de lo insignificante.
Como el dolor oprime el corazón. La tristeza detiene el caminar y la desesperanza asfixia la curiosidad y mata las ilusiones. Ansioso de gozar de lo cotidiano, las demandas a este dios del regocijo, manaron envueltas en plegarias de una de salud que ahuyentara la congoja.
No pido más, coqueto dios del ocio. A ti, dueño del tiempo, regala un jubileo sin tiempo perdido Juntos, no mataremos el tiempo. Ilusionados sentiremos la inconciencia de un niño. Aprendices de juegos, soñaremos que siempre habrá un mañana para conocer lo desconocido.
JOSÉ PEREA MORENO
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