El día 27 del presente mes de Noviembre, se le tributó un merecidísimo homenaje a nuestro amigo y compañero, D. Eduardo V. Álvarez Méndez. (La V no quiere decir quinto sino Virgilio ) Recuerdo que allá por los años 72 o 73, llegamos cuatro maestrillos con destino definitivo a Antequera, llenos de ilusiones y con muchas ganas. Antonio Mir y yo mismo, que antes ejercimos en la Calzada y el patronato, y en la adjudicación de Centros fuimos a San Juan, aún sin teminar de construir, Joaquin Mancheño a la Petit Université y tú, Eduardo, al León Motta de la calle Obispo, cuyo director era D. Agustín M. de la Vega. Ha llovido mucho desde entonces. Hemos pasado momentos malos y buenos. Pero especialmente recuerdo tu satisfacción y alegría cuando te enteraste que ibas a ser padre por primera vez. Tu has sido el que más has aguantado, Eduardo. Te has llevado el record. Ahora disfruta de estas vacaciones tan bien ganadas día a día. ¡Enhorabuena, hermano!
Pero, volvamos al acto. Estuvo presidido por la actual y flamante Directora, Mª Angeles, que tan bien está llevando las riendas del Centro, y que se lamentó de no haber tenido tiempo para conocer más a fondo a un maestro de la calidad de Eduardo. Mas tarde, tomó la palabra, Gerardo, quien pronuncio unas emotivas y sentidas palabras que transcribo a continuación. En estos casos casi siempre nos emocionamos. Pero Eduardo lo hizo tanto que no pudo ni casi hablar.
Estuvo rodeado de casi todos sus compañeros, antiguos, actuales y amigos.
Un abrazo.
Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues - ¡con qué placer y alegría!-
A puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
Y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes
voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios
C.Kavafy
¡Ay, Eduardo! ¿Qué digo yo de Eduardo, después de estar juntos como compañeros en el mismo colegio más de treinta y cinco años?
Eduardo es uno de los docentes que más años ha dedicado a la enseñanza. Bachiller superior, -aunque en su época no se exigía para ser Maestro-, con apenas 18 años y antes de terminar la carrera, se coloca en los Hermanos de la Salle de Antequera. Estando en este centro termina la carrera de Magisterio,- como se le conocía antes- aprobando las oposiciones en el año 1964.
Su primer destino oficial es Jimera de Libar, pueblo de la serranía de Ronda, que juega un papel fundamental en su vida, pues allí conoce a su fiel compañera durante estos 35 años: Ana. Su nombramiento en este pueblo es por dos años, uno de los cuales dedica al servicio militar,
Vuelve a la comarca de Antequera al solicitar y concedérsele el Colegio de Aguirre, donde permanecerá durante seis cursos hasta su nombramiento en 1973 (en ese curso vinieron destinados a Antequera, junto con Eduardo, Joaquín Mancheño, Antonio Mir y José L.Palacios), para el entonces León Motta, ubicado por aquel entonces, en la calle Obispo. Ha permanecido ininterrumpidamente en él hasta su jubilación el pasado día 12 del presente mes de Noviembre; 35 años en el mismo Centro, aunque en dos lugares diferentes –en 1979 nos trasladamos al nuevo Centro en la Avenida de la Estación. En total, 47 años ha dedicado a enseñar y educar, casi las ¾ de su vida. Esto supone un record, y es por lo que su jubilación, sin desmerecer otras, es una de las que con más dignidad se han alcanzado.
Con tan dilatada carrera, son muchas las vivencias que Eduardo ha tenido como educador, experimentando una evolución completa en las condiciones, contenidos y formas de enseñar; desde el frío que se pasaba en el centro de la calle Obispo, donde las paredes rezumaban humedad y obligaban a tener prendas de abrigo puestas (algunos niños no tenían tanta suerte), hasta el moderno centro de la avenida de la Estación con calefacción y cortinas para evitar la molestia del sol; desde impartir las Leyes Fundamentales del Régimen político anterior, hasta el estudio de las Autonomías surgidas con la democracia, desde el esfuerzo exigido al alumno para aprender, a la utopía de aprender sin esfuerzo.
A todo esto y a mucho más, ha tenido que ir adaptándose Eduardo. Y en honor a la verdad, lo ha hecho de forma admirable. Se ha ido dejando llevar por las nuevas corrientes impregnándose de la brisa que afecta a la enseñanza.
Es Eduardo un persona afable, con una natural predisposición al servicio de los demás. Antes que le pidas o preguntes algo, se ha puesto a tu disposición. No es la persona conflictiva que crea problemas a su alrededor. Aunque tiene su opinión y la expone, no es de los que quieren imponerla a toda costa “caiga quien caiga”. Este tipo de compañeros, es del que tan necesitado están los centros para una mejor y mayor convivencia.
Eduardo es la persona, que si hay que ponerle algún calificativo, el primero que aparece es el de “bueno”, y en esto coincidimos todos los compañeros. Llamarle bueno no es considerarle tonto ni mucho menos. Todos sabemos discernir entre ambos términos y podemos asegurar que de lo segundo no tiene ni un pelo. Junto a la bondad, hay que destacar su “tranquilidad”, eso sí, ¡tranquilo, es! Pero con esa tranquilidad de la que tan necesitada está el ritmo actual de nuestra vida, en el que todo se hace al borde del infarto.
Yo, particularmente, como compañero suyo durante 35 años, tengo que darle las gracias por lo que me ha aguantado, por haberle quitado siempre minutos a las clases que tenía después de la mía, siempre sin una mala cara o palabra. Por otra parte, tengo que reconocer las veces que he acudido a él para que me aclarase cuestiones relacionadas con los contenidos, pues es como dice la canción “un pozo sin fondo” en el sentido de saber y entender de todo, y lo más importante, nunca se ha jactado de ello, poniendo con naturalidad su saber a disposición de los demás.
En más de noventa años de singladura que lleva el centro, Eduardo ha permanecido en él más de 2/3 partes. Ha dejado su impronta y saber hacer en las últimas generaciones que han pasado por sus manos. De sus clases han salido educandos que en la actualidad son directores de bancos, catedráticos de instituto, licenciados universitarios en las más diversas disciplinas: médicos, abogados, ingenieros, peritos, etc., la relación sería interminable. Ha supuesto la suya, una vida de entrega a los demás y de referencia para no pocas personas.
Creo que no sería justo hablar de las cualidades de Eduardo, sin hacer referencia a su esposa Ana; buena parte de los logros que Eduardo ha alcanzado en su vida se los debe a ella, su fiel cómplice, colaboradora y compañera, que a la sombra ha potenciado el desarrollo de esas cualidades. Gracias, Ana, por ser como eres, por tu sencillez, por tu fortaleza, por ser el pilar sólido en el que se ha apoyado Eduardo y ¿cómo no?, por los tres hijos que le has dado, orgullo, motivo y razón de vuestra existencia.
Por todo tu esfuerzo, dedicación y constancia, gracias, Eduardo. Lo mismo que permaneces en la mente de muchos antequeranos, pervivirás en el recuerdo del Centro León Motta, como uno de los componentes más insignes que haya podido tener.
Disfruta de tu jubilación. Te la tienes merecida. Y ten por seguro, que dejas aquí en el Centro, a un conjunto de compañeros (para algunos, hermano) que te admiramos, queremos y reconocemos tu valía, esfuerzo y entrega en la difícil tarea de mejorar la calidad de la enseñanza, y engrandecer en todos sus aspectos, a éste POR SIEMPRE TU COLEGIO, “LEÓN MOTTA”
Gerardo García Sobrino
Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues - ¡con qué placer y alegría!-
A puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
Y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes
voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios
C.Kavafy
¡Ay, Eduardo! ¿Qué digo yo de Eduardo, después de estar juntos como compañeros en el mismo colegio más de treinta y cinco años?
Eduardo es uno de los docentes que más años ha dedicado a la enseñanza. Bachiller superior, -aunque en su época no se exigía para ser Maestro-, con apenas 18 años y antes de terminar la carrera, se coloca en los Hermanos de la Salle de Antequera. Estando en este centro termina la carrera de Magisterio,- como se le conocía antes- aprobando las oposiciones en el año 1964.
Su primer destino oficial es Jimera de Libar, pueblo de la serranía de Ronda, que juega un papel fundamental en su vida, pues allí conoce a su fiel compañera durante estos 35 años: Ana. Su nombramiento en este pueblo es por dos años, uno de los cuales dedica al servicio militar,
Vuelve a la comarca de Antequera al solicitar y concedérsele el Colegio de Aguirre, donde permanecerá durante seis cursos hasta su nombramiento en 1973 (en ese curso vinieron destinados a Antequera, junto con Eduardo, Joaquín Mancheño, Antonio Mir y José L.Palacios), para el entonces León Motta, ubicado por aquel entonces, en la calle Obispo. Ha permanecido ininterrumpidamente en él hasta su jubilación el pasado día 12 del presente mes de Noviembre; 35 años en el mismo Centro, aunque en dos lugares diferentes –en 1979 nos trasladamos al nuevo Centro en la Avenida de la Estación. En total, 47 años ha dedicado a enseñar y educar, casi las ¾ de su vida. Esto supone un record, y es por lo que su jubilación, sin desmerecer otras, es una de las que con más dignidad se han alcanzado.
Con tan dilatada carrera, son muchas las vivencias que Eduardo ha tenido como educador, experimentando una evolución completa en las condiciones, contenidos y formas de enseñar; desde el frío que se pasaba en el centro de la calle Obispo, donde las paredes rezumaban humedad y obligaban a tener prendas de abrigo puestas (algunos niños no tenían tanta suerte), hasta el moderno centro de la avenida de la Estación con calefacción y cortinas para evitar la molestia del sol; desde impartir las Leyes Fundamentales del Régimen político anterior, hasta el estudio de las Autonomías surgidas con la democracia, desde el esfuerzo exigido al alumno para aprender, a la utopía de aprender sin esfuerzo.
A todo esto y a mucho más, ha tenido que ir adaptándose Eduardo. Y en honor a la verdad, lo ha hecho de forma admirable. Se ha ido dejando llevar por las nuevas corrientes impregnándose de la brisa que afecta a la enseñanza.
Es Eduardo un persona afable, con una natural predisposición al servicio de los demás. Antes que le pidas o preguntes algo, se ha puesto a tu disposición. No es la persona conflictiva que crea problemas a su alrededor. Aunque tiene su opinión y la expone, no es de los que quieren imponerla a toda costa “caiga quien caiga”. Este tipo de compañeros, es del que tan necesitado están los centros para una mejor y mayor convivencia.
Eduardo es la persona, que si hay que ponerle algún calificativo, el primero que aparece es el de “bueno”, y en esto coincidimos todos los compañeros. Llamarle bueno no es considerarle tonto ni mucho menos. Todos sabemos discernir entre ambos términos y podemos asegurar que de lo segundo no tiene ni un pelo. Junto a la bondad, hay que destacar su “tranquilidad”, eso sí, ¡tranquilo, es! Pero con esa tranquilidad de la que tan necesitada está el ritmo actual de nuestra vida, en el que todo se hace al borde del infarto.
Yo, particularmente, como compañero suyo durante 35 años, tengo que darle las gracias por lo que me ha aguantado, por haberle quitado siempre minutos a las clases que tenía después de la mía, siempre sin una mala cara o palabra. Por otra parte, tengo que reconocer las veces que he acudido a él para que me aclarase cuestiones relacionadas con los contenidos, pues es como dice la canción “un pozo sin fondo” en el sentido de saber y entender de todo, y lo más importante, nunca se ha jactado de ello, poniendo con naturalidad su saber a disposición de los demás.
En más de noventa años de singladura que lleva el centro, Eduardo ha permanecido en él más de 2/3 partes. Ha dejado su impronta y saber hacer en las últimas generaciones que han pasado por sus manos. De sus clases han salido educandos que en la actualidad son directores de bancos, catedráticos de instituto, licenciados universitarios en las más diversas disciplinas: médicos, abogados, ingenieros, peritos, etc., la relación sería interminable. Ha supuesto la suya, una vida de entrega a los demás y de referencia para no pocas personas.
Creo que no sería justo hablar de las cualidades de Eduardo, sin hacer referencia a su esposa Ana; buena parte de los logros que Eduardo ha alcanzado en su vida se los debe a ella, su fiel cómplice, colaboradora y compañera, que a la sombra ha potenciado el desarrollo de esas cualidades. Gracias, Ana, por ser como eres, por tu sencillez, por tu fortaleza, por ser el pilar sólido en el que se ha apoyado Eduardo y ¿cómo no?, por los tres hijos que le has dado, orgullo, motivo y razón de vuestra existencia.
Por todo tu esfuerzo, dedicación y constancia, gracias, Eduardo. Lo mismo que permaneces en la mente de muchos antequeranos, pervivirás en el recuerdo del Centro León Motta, como uno de los componentes más insignes que haya podido tener.
Disfruta de tu jubilación. Te la tienes merecida. Y ten por seguro, que dejas aquí en el Centro, a un conjunto de compañeros (para algunos, hermano) que te admiramos, queremos y reconocemos tu valía, esfuerzo y entrega en la difícil tarea de mejorar la calidad de la enseñanza, y engrandecer en todos sus aspectos, a éste POR SIEMPRE TU COLEGIO, “LEÓN MOTTA”
Gerardo García Sobrino
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