RELIGIÓN APARTE (IV)
PRECISIONES SOBRE RELIGIÓN Y FESTIVIDAD
POR JOSE MARÍA BARRIONUEVO
PRECISIONES SOBRE RELIGIÓN Y FESTIVIDAD
POR JOSE MARÍA BARRIONUEVO
Cuando una efeméride se nos antoja efímera, el espíritu nos saca de nuestras casillas y nos pone de patitas en la calle sin saber por qué. Hemos oído que “la fe mueve montañas” y que “ todo collado será allanado”. Nuestro espíritu es inquieto y se nos van los pies con cualquier música. Si además nos sirven en bandeja un camino, allá que vamos enteros.
La historia y la religión son testigos de esa movilidad humana. Las migraciones de los homínidos están confirmadas. La salida de Abraham de su Caldea inhóspita nos marca un camino sin retorno. Sin embargo la historia y nuestra experiencia nos traen noticias de que no siempre nos ponemos en camino por algún objetivo. Sabemos que muchas veces el objetivo es el mismísimo camino. Como decía Fidel Habib: “Este eterno viaje de no estarnos nunca quietos”. A lo mejor es que tenemos un nomadismo congénito.
Volviendo al Rocío (y todos los años se vuelve), vemos cómo el personal retoma y hace el camino. Ya lo decía Antonio Machado: “Se hace camino al andar”. ¿Qué atractivo puede tener el polvo del camino y de la carretera? ¡Es la fiesta! Eso es el camino: la fiesta, no la festividad.
Como dice el dicho popular: “Víspera de mucho y fiesta de “na”. Es la víspera la fiesta y es casi nada la festividad. Por eso se han inventado los caminos que cada día se nos antojan más largos y los peregrinos se movilizan desde más lejos para ir a Roma, a la Meca, a Santiago, a Jerusalén, a El Rocío... Y es que las indulgencias tienen un poder enorme. Es en el camino donde somos indulgentes, donde compartimos, donde se da el apoyo mutuo, donde somos iguales, donde nos llamamos hermanos, donde las hermandades constituyen su propia fiesta durante muchos días. ¡Qué gasto de energías para sentirse alegres y vivos, aunque el camino sea largo, aunque se embarre!
La calle es de todo el mundo. “Aquí te quiero ver” parece que dice el espíritu humano. Y salen las procesiones a la calle, donde juegan su papel de caminante con la gente, en el terreno colectivo que es propiedad del personal. Y también se llaman hermandades, y cofradías, y no reparan en gastos, en tiempo, en energías. Y hasta en el Corpus el Sacramento sale del sagrario a la calle, donde está la gente.
La calle es de todo el mundo. “Aquí me vas a escuchar” parece que dice el espíritu humano. Y salen los coros, las comparsas, las chirigotas. Por hablar que no quede: y hablamos de nuestras cosas.
En la calle, lejos del celestial silencio, el pueblo, con todo el respeto que le caracteriza y con la humanidad que le es propia, se organiza para estar con su gente, se autogestiona los recursos de tú a tú, no repara en esfuerzos: ¿Qué excelente simbiosis, qué excelsa convivencia! El inconsciente colectivo ha recuperado la autogestión y la libertad. El pueblo se autoorganiza y no necesita dilapidar recursos en jefes que le representen.
Hace tiempo, un profesor de Historia nos decía que los fenicios habían sido botados al mar por su propia geografía: un país montañoso y lleno de cedros, con los que construyeron sus barcos y navegaron buscando tierras más llanas. Del mismo modo, las almas del pueblo han sido desalojadas de las iglesias por su propia festividad. El pueblo llano no gusta de las alturas; le dan vértigo. El espíritu del pueblo no soporta la asamblea en que uno habla y los demás escuchan, tiene alergia a las relaciones asimétricas y se va a la calle, donde se encuentra con los iguales, aunque sea para hablar del tiempo o de la tierra. .
Además el pueblo ha escuchado, cuando se consagra una nueva iglesia, aquellas palabras del Génesis que suenan así: “Este lugar es terrible”. Para qué queríamos más. Aunque tampoco hay que salir en estampida. El pueblo se va acomodando poco a poco allí donde “no hay nada nuevo bajo el sol”, y va llegando a recuperar el espacio que le corresponde. Tanto es así, que en algunas aulas de nuestros colegios se presentan, guiados por el Maestro de Religión, sacerdotes para informar cuándo comienza la catequesis para quienes quieran hacer la Primera Comunión. La propia Iglesia es consciente de este éxodo del pueblo que sale para hacer sus caminos o ya se queda fuera esperando a los demás.
Nos parece anacrónico que, todavía en el siglo XXI, se den unas vueltas de tuerca para asegurar el adoctrinamiento de las religiones en las escuelas. Hemos visto cómo la religión ha controlado todo el espacio y tiempo que queda fuera de los templos. Este control y sacralización del espacio público ha sido, una vez más, llevado a cabo por una asociación religiosa, inventada en España, que lo ha recuperado y señoreado con la advocación de “Nuestra Señora del Camino”. Ahora bien, el que el pueblo se lo haya montado a su manera es otra historia, que, como maestra de la vida, algo nos quiere enseñar.
Es consolador escuchar a muchas bandas de tambores y cornetas que, en plena Semana Santa, tocan los compases de la “Saeta” de Serrat, porque el incosciente colectivo del pueblo andaluz se reconoce en aquellos versos de Antonio Machado. “No puedo cantar ni quiero a este Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar”. Será también Machado quien nos diga: “Cuando de nada nos sirve rezar..., caminante, no hay caminos, sino estelas en el mar”.
José María Barrionuevo Gil. Maestro de Primer Ciclo de Primaria.
La historia y la religión son testigos de esa movilidad humana. Las migraciones de los homínidos están confirmadas. La salida de Abraham de su Caldea inhóspita nos marca un camino sin retorno. Sin embargo la historia y nuestra experiencia nos traen noticias de que no siempre nos ponemos en camino por algún objetivo. Sabemos que muchas veces el objetivo es el mismísimo camino. Como decía Fidel Habib: “Este eterno viaje de no estarnos nunca quietos”. A lo mejor es que tenemos un nomadismo congénito.
Volviendo al Rocío (y todos los años se vuelve), vemos cómo el personal retoma y hace el camino. Ya lo decía Antonio Machado: “Se hace camino al andar”. ¿Qué atractivo puede tener el polvo del camino y de la carretera? ¡Es la fiesta! Eso es el camino: la fiesta, no la festividad.
Como dice el dicho popular: “Víspera de mucho y fiesta de “na”. Es la víspera la fiesta y es casi nada la festividad. Por eso se han inventado los caminos que cada día se nos antojan más largos y los peregrinos se movilizan desde más lejos para ir a Roma, a la Meca, a Santiago, a Jerusalén, a El Rocío... Y es que las indulgencias tienen un poder enorme. Es en el camino donde somos indulgentes, donde compartimos, donde se da el apoyo mutuo, donde somos iguales, donde nos llamamos hermanos, donde las hermandades constituyen su propia fiesta durante muchos días. ¡Qué gasto de energías para sentirse alegres y vivos, aunque el camino sea largo, aunque se embarre!
La calle es de todo el mundo. “Aquí te quiero ver” parece que dice el espíritu humano. Y salen las procesiones a la calle, donde juegan su papel de caminante con la gente, en el terreno colectivo que es propiedad del personal. Y también se llaman hermandades, y cofradías, y no reparan en gastos, en tiempo, en energías. Y hasta en el Corpus el Sacramento sale del sagrario a la calle, donde está la gente.
La calle es de todo el mundo. “Aquí me vas a escuchar” parece que dice el espíritu humano. Y salen los coros, las comparsas, las chirigotas. Por hablar que no quede: y hablamos de nuestras cosas.
En la calle, lejos del celestial silencio, el pueblo, con todo el respeto que le caracteriza y con la humanidad que le es propia, se organiza para estar con su gente, se autogestiona los recursos de tú a tú, no repara en esfuerzos: ¿Qué excelente simbiosis, qué excelsa convivencia! El inconsciente colectivo ha recuperado la autogestión y la libertad. El pueblo se autoorganiza y no necesita dilapidar recursos en jefes que le representen.
Hace tiempo, un profesor de Historia nos decía que los fenicios habían sido botados al mar por su propia geografía: un país montañoso y lleno de cedros, con los que construyeron sus barcos y navegaron buscando tierras más llanas. Del mismo modo, las almas del pueblo han sido desalojadas de las iglesias por su propia festividad. El pueblo llano no gusta de las alturas; le dan vértigo. El espíritu del pueblo no soporta la asamblea en que uno habla y los demás escuchan, tiene alergia a las relaciones asimétricas y se va a la calle, donde se encuentra con los iguales, aunque sea para hablar del tiempo o de la tierra. .
Además el pueblo ha escuchado, cuando se consagra una nueva iglesia, aquellas palabras del Génesis que suenan así: “Este lugar es terrible”. Para qué queríamos más. Aunque tampoco hay que salir en estampida. El pueblo se va acomodando poco a poco allí donde “no hay nada nuevo bajo el sol”, y va llegando a recuperar el espacio que le corresponde. Tanto es así, que en algunas aulas de nuestros colegios se presentan, guiados por el Maestro de Religión, sacerdotes para informar cuándo comienza la catequesis para quienes quieran hacer la Primera Comunión. La propia Iglesia es consciente de este éxodo del pueblo que sale para hacer sus caminos o ya se queda fuera esperando a los demás.
Nos parece anacrónico que, todavía en el siglo XXI, se den unas vueltas de tuerca para asegurar el adoctrinamiento de las religiones en las escuelas. Hemos visto cómo la religión ha controlado todo el espacio y tiempo que queda fuera de los templos. Este control y sacralización del espacio público ha sido, una vez más, llevado a cabo por una asociación religiosa, inventada en España, que lo ha recuperado y señoreado con la advocación de “Nuestra Señora del Camino”. Ahora bien, el que el pueblo se lo haya montado a su manera es otra historia, que, como maestra de la vida, algo nos quiere enseñar.
Es consolador escuchar a muchas bandas de tambores y cornetas que, en plena Semana Santa, tocan los compases de la “Saeta” de Serrat, porque el incosciente colectivo del pueblo andaluz se reconoce en aquellos versos de Antonio Machado. “No puedo cantar ni quiero a este Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar”. Será también Machado quien nos diga: “Cuando de nada nos sirve rezar..., caminante, no hay caminos, sino estelas en el mar”.
José María Barrionuevo Gil. Maestro de Primer Ciclo de Primaria.
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